Prólogos


Presentación de Ignacio Betancourt


al libro

 "El I Ching en el planeta Tierra"

escrito por César  Yáñez


 "El poder no libera la gran substancia, la encarcela."

  El I ching en el planeta Tierra

Es grato encontrar un libro que se puede comenzar a leer de adelante hacia atrás o de en medio hacia el principio o el final, un libro que como hexagrama muta en su linealidad y en su fragmentación. También cada página puede ser leída de abajo hacia arriba por donde le plazca al lector; el sentido del texto no responde a un sentido narrativo lineal, se sustenta más bien en la irradiación de figuraciones con inevitable polisemia.

Respecto a su lenguaje (esas resonancias familiares que adjetivan en el oído) se logra un adecuado equilibrio ente lo coloquial y digamos lo iniciático, un habla y una escritura de lo cotidiano para lo trascendente, o lo que aspira a serlo. Las modalidades discursivas se multiplican y hacen recordar desde María Sabina y sus magníficas letanías hasta las enumeraciones escolares.

La diversa relación entre imágenes y textos no la determinan los enunciados, se genera un vínculo secreto, una singular vía para la subjetividad entre las líneas y el lector. La sabiduría que se verbaliza, o mejor dicho que se metaforiza, no proviene ni de cierta coherencia discursiva ni como consecuencia predecible; es más bien resultado de una continuidad mantenida por la reiterada síntesis de atisbos trascendentes. Las palabras como ideogramas mientras por el ramaje de las significaciones deambula una historia de hexagramas vivenciales. En realidad, nombrar es una invención pese a que exista lo inefable, lo contundente, lo inevitable. Todo es sorprendente, salvo morir.

Los diálogos que en el camino de la existencia construyen maestro y alumno son la sustancia verbal del texto, sus implicaciones aparentes y reales son impredecibles, sin embargo, en su interacción no hay posibilidad de errar, se está condenado al acierto. La manera neutra de transmitir el concepto facilita el acceso a los contenidos por más simbólicos que estos sean. Pienso que la obra de César Yáñez resulta adecuada para legos y estudiosos, su libro puede encantar por los tropos, o por la plasticidad de las imágenes que acompañan los descubrimientos, o por su discursividad no sólo referencial sino también imaginaria, o por la aparición de inesperadas relaciones entre todo lo existente, el agua que fluye y continúa, la madera que enriquece al suelo como lo enuncia el autor del libro. 

Pareciera haber en el I ching en el planeta Tierra el conocimiento de una biología simbólica que suena y puede mirarse, que arrastra peculiaridades entre las palabras, una especie de recreación de lo arcaico actualizado. Pese a mi permanente desconfianza hacia las intermediaciones en lo sagrado, debo reconocer la validez de arcanos para inusitadas terapias, aunque no pueda dejar de creer que la comunicación con lo trascendente es siempre directa o no lo es, justamente un momento en que se anula toda intermediación. Lo impreciso soporta mejor los descubrimientos, la novedad es siempre áspera, tal vez mejor matizarla, atenuarla con alguna formalidad. La ausencia de luz, ciega; el exceso de luz, ciega. Lo formulado en el libro es único y poliédrico, ninguna barrera entonces favorece la comunicación.

Los dibujos de César Yáñez narran sin letras, cuentan con líneas la figuración de los misterios. Didáctica para lo incognocible, el puro sinsentido en el centro ordenándolo todo. Nada escapa de ningún equilibrio. La coherencia se muestra de múltiples formas, una sola manera no es suficiente. Si toda vida está en erupción, lo social y lo metafísico sólo son parte de un sistema ilimitado y con bordes, lo real y lo simbólico, palabra y canto, todo está contenido en el poema. Los hexagramas son paisajes, imágenes de ilusorios paisajes, ilusión y elusión, el hexagrama lo contiene todo y se disuelve sin dejar de existir. Sueños e ilustraciones de los sueños, cuál es el límite entre un recuerdo y un sueño ¿en dónde anida lo real?

Diversidad de géneros literarios instauran el presente discurso, sueños como cuentos llenos de realidades intangibles pero definitorias, poemas de versos invisibles materializados en la página, asonancias y consonancias impredecibles, estrofas canónicas y recién nacidas, recipientes narrativos para lo figurado, crónicas de larguísimos instantes, representaciones dramáticas, ensayos de lo desmesurado. Inesperadas consideraciones, siempre oportunas revelaciones en medio del humo de cigarrillos o tragos de vino cuando alumno y maestro dialogan. Las palabras asombran y se asombran, nunca más vivas que en lo ambivalente.

El periplo del tutor, el periplo del discípulo, la sucesión de maestros y alumnos que siempre y nunca son lo que son, caminantes por lo indetenible en un viaje de viajes que no terminan de concluir y por lo tanto de comenzar, iniciación inalcanzable y siempre a un lado, transcurrir entre todo tipo de vida celular y pensando que estamos hechos de lo más lejano, ¡oh! cuánta cercanía, dice un caracol petrificado, mientras las placas tectónicas del planeta gimen.

De la literatura oriental, como Viaje al Oeste. Las aventuras del rey mono César Yáñez parece recuperar la indisoluble relación del sueño y la vigilia, realidades que se intercambian para imaginar más ampliamente la existencia y sus posibilidades (como lo hace Jung en occidente). Cuando nada se ambiciona siempre hay encuentros, cuando nada se espera la mentira no existe. Las convenciones de lo ficticio impregnan todo tipo de discurso, las verdades se construyen, la generación espontánea no existe en ninguno de los pliegues de la existencia, nada es nuevo salvo lo que se olvida, todo es viejo menos lo que renace.

Escritura que transmite historias e historietas, dilución de los límites, todo cuenta, la narración es inevitable, no hay diferencia entre lo literario y lo que no lo es. El vacío no existe, la soledad simplemente es unívoca. Lo polifónico suena mejor entre la dictadura de la subjetividad empoderada, la intermediación de lo trascendente siempre admite la duda. Lo verdaderamente cierto, o lo que pueda atribuirse a tal concepto sólo puede ser una respuesta personal determinada por las más insospechadas historias. Pese a todo, ninguna historia es personal, nacemos de tantos instantes que la noción de paternidad no existe ni en lo físico ni en lo metafísico (salvo en cierta religiosidad siempre autoritaria).

Pedagogía de lo inverosímil, la irracionalidad de la poesía recupera credibilidad para lo poético. En el libro de César Yáñez deambulan parábolas contemporáneas de lo más antiguo, el artificio en todas sus tonalidades. Cada quien elige desde su propia oscuridad. Consulté al Libro sobre el libro y me habló de La Disolución, de que el viento y el agua se llevan bien, como el amo y la mascota intercambian roles. Entre el escritor y el texto el hielo se disuelve en primavera, suavemente.

La perseverancia ayuda para cruzar el mar. Resulta propicia la escritura, el rey se acerca a su templo. Es el lago una reunión de las aguas, el origen de todos los seres vivos es común aunque no sea fácil la disolución del egoismo. Se dice en el I ching en el planeta Tierra: "La enfermedad humana es su docilidad, que no le permite tener conciencia".


   San Luis Potosí, México, diciembre 2015

Prólogo de Miguel Donoso Pareja 
al libro Las cartas del loco,
de César Yáñez

Conocí a César Yáñez hace mucho tiempo, en San Luis Potosí, de donde en buena parte soy, por amor y por nostalgia.

Yáñez era entonces un joven aprendiz de escritor, cuyas excelencias congénitas se muestran maduras en Las cartas del loco que editorial Trébol ha tenido el acierto de publicar.

César Yáñez ha vuelto a la ciudad que le quedaba chica, que lo inmovilizaba como una camisa de fuerza, pero ahora se reconoce en ella, ha descubierto la verdadera armonía de San Luis, no la aparente y letárgica sino esa que como las matemáticas, según palabras de Albert Lautman, vive gracias a "la solidaridad del todo y de sus partes, la conversión de propiedades de relación a propiedades intrínsecas, al paso de la imperfección a lo absoluto," donde "los contrarios no se oponen sino que son capaces de componerse entre ellos".

 Por eso, el lenguaje de Yáñez juega con los contrarios, renueva los significantes y altera los significados, metaforiza e integra, no se limita a lo distributivo, rebasando así las propiedades de relación y acentuando las intrínsecas, con frases, expresiones y palabras como estas: "acá está más fresco el calor" "se baja de los zapatos", "el baile estaba borracho cuando llegó", la noche se ha ido a dormir y (...) amanecen los trinos de la ventana, el gato llama en la puerta", "el cielo es un mar de pájaros extendiendo las olas" (el peligro sería, en este caso, un corrector con iniciativa), "casa abierta de puertas y chimuela de escaleras", "los títeres (...) se llenaban del alma de las manos", muchas de ellas con una fuerte e ingeniosa, a veces cruda, carga erótica, por ejemplo: "intromisión del ojo en el mundo del ojo, desajador del gajo que de cuajo deshojas el ajo, que zanjas la hoja, que desgajas la raja, la rajita, la roja zanja el ojo", "ahora ríe suavecito y quiere que estallen juntos y pronto", "un dedo se abre paso en la boquita del ano cuando estallan", (ironía) "eres el más chingón en diez centímetros a la redonda", "descubrí (...) que el día tiene veinticuatro horas y la noche cuarenta y ocho", (solidaridad) "el profe amenazó castigar a todos pero todos eran un silencio", y el muchacho hambriento que tras ganarse un bocado por hacer una tarea se rebela: "hay una cacerola tapada y una bolsa, qué prefieres, chicharrón o pan. Él toma la bolsa y sale corriendo, afuera está sol esperándolos" (con sus amigos, hambrientos como él).

Además, Yáñez maneja lo coloquial con fresca naturalidad, los personajes (¿personaje único cambiante?) son (es) definidos por sus nombres: "luz bella", "chupafaros", "azabache", "maría juana", "mirabraguetas", "pingolillo", "chupafalos", "chapopote", "culito borracho", "sincalzones", : y así hasta lo imposible, "grita e lector atrás del vidrio (...) abre el silencio.

No hay narrador identificable y hasta el yo lector es descalificado al irrumpir un lector otro en el texto, para abrir el silencio del yo lector, simple leyente entonces de una otra lectura, que le arrebata su papel de narratario al confrontar al narrador y llamarle la atención, como lo cuenta Yáñez: "disculpe que los interrumpa -se asomó el lector- pero es una niña, no se pase (...). Pocas páginas después, en iguales circunstancias, vuelve a aparecer: "en la ventana se asoma la voz del lector tras la cortina. estoy oyendo todo -dice- déjenme ver"

Las cartas del loco contiene treinta y cuatro textos (cuentos, capítulos, prosas poéticas, relatos, crónicas, qué?).

Imposible de definir, es el libro de alguien al que le importaba un cacahuate ser escritor, lo que le interesaba era escribir.

Y así se comportó: emigró a Europa, desapareció un gran lapso de tiempo y organizó (?) su libro: dieciocho textos antes del que le da título al volumen y quince después, pero es apenas en el treinta y dos -"tengo una varita mágica"- donde explica cómo se hizo el tomo.

Y dice: "cuenta sol que cuando venían para acá en el camino encontraron a un viejo que estaba quemando las cartas en un brasero con carbón, que ellos tumbaron las brasas y las cartas ya consumidas y que estas son las que pudieron rescatar (...) sol miraba de cabeza las cartas, algunas le gustaban, dijo, pero no les entendía ni papa,ni maiz".

La explicación es completa y kafkiana. Alguien escribió que si Kafka hubiera nacido en Sudamérica sería considerado un escritor costumbrista. Yáñez -a quien al parecer le importa un higo publicar, gustar o que lo entiendan, no hace conseciones, y Las cartas del loco gustan aunque algunas no se entiendan, pero editorial Trébol, como sol, confió en César Yáñez, escritor (y de los buenos) a pesar de sí mismo.

Y nos da la oportunidad de leer un hermoso, sensual, tan erótico como las formas de una mujer desnuda convertida en palabras, libro cuyos sentidos estallan en un sin fin orgásmico.